“-Tío, todo el concepto de los hombres lobo me parece poco realista. Y ya no digamos estúpido. Siempre te enseñan el asunto del pelo que crece, pero nunca te dejan ver lo que pasa cuando se vuelven humanos otra vez. O sea, ¿el pelo se vuelve a meter dentro? ¿Simplemente se cae? ¿Y qué pasa con las uñas? Una vez vi una película, Las dos caras del Dr. Jekyll, y cada vez que el tipo se volvía a transformar del sr. Hyde en el doctor su perilla aparecía.
-Las perillas son satánicas. Todos los diablos de las películas viejas llevan perilla. Una vez intenté dejarme una. Estuvo bien hasta que traté de recortarla. Corté demasiado de un lado, intenté equilibrarla cortando un poco del otro lado y luego tuve que cortar un poco más del primer lado.
-¿Qué pasó?
-Cuando acabé, había desaparecido...”
“...-Verás, el problema de las películas –hizo una pausa para mover ruidosamente el caramelo de un lado a otro de la boca-, es que nadie planea las cosas detenidamente. Es como en las pelis de tías en peligro. Las atacan maníacos con machetes pero nunca viene nadie del piso de al lado a quejarse del ruido. Lo siento, pero no se puede correr por un pasillo gritando como un loco sin que alguna puta vieja se queje del ruido, no en la ciudad. Jesús, si ni siquiera puedes subir el equipo de música a más de cuatro sin que alguien llama a la policía por el ruido.”
“...-En la escuela de cine te dicen que evites situaciones increíbles. Está claro que nunca vieron a Tom Cruise volar el puto Túnel del Canal en Misión Imposible. He visto millones de películas para el gran público y sigo sin cogerlo.
Waldorf suspiró.
-¿Qué es lo que no coges?
-La suspensión de la incredulidad. Si las películas fueran realistas, James Bond tendría una reunión con su osteópata y no con el puto M. Es como en las películas de terror. Peleas interminables entre el bien y el mal, o un tipo con un cuchillo acercándose sigilosamente desde fuera hasta la puerta de la cocina. No son más que paridas.
-Es una diferencia cultural, tío. Las cocinas americanas no están en el mismo sitio que las nuestras.
Uno Ochenta le ignoró.
-Además siempre hay un McGuffin.
Waldorf le miró perplejo.
-¿Un qué?
-Un McGuffin. Sabes lo que es, ¿no?
-Claro. Como un huevo redondo encima de un trozo de jamón, dentro de un panecillo.
-Eso es un McMuffin, imbécil. Un McGuffin es una cosa alrededor de la cual gira el argumento, como un maletín lleno de dinero o un disquete con secretos dentro o el Halcón Maltés o un amuleto inapreciable. Su único valor es el de hacer arrancar el argumento. La vida real no tiene un McGuffin. Verás, en el fondo queremos que las películas sigan siendo increíbles. Lo que no podemos soportar es cualquier representación de la fealdad auténtica. Las películas adoptan una postura dura porque es lo que se lleva. Es como con los músicos. Las letras de sus canciones hablan de ideas radicales y ellos viven en casas caras y aburguesadas como agentes de bolsa viejos. La postura es aceptable; la realidad no lo es. Asesinan a niños. La vida te deja atrapado. El amor es decepcionante. ¿Podemos afrontarlo? No, hay que disimular la verdad para el consumo público...
-No puedes escribir lo que sientes –farfulló Waldorf.
-¿Por qué no?
-Porque es aburrido. Nadie pagaría para oír tus opiniones.
-Lo harían si hicieran que las leyera una chica desnuda con tetas grandes y una sierra mecánica. Oscar Wilde dijo, dadle una máscara a un hombre y os dirá la verdad...”
“...-Últimamente hay demasiadas compañías de producción en la ciudad. Demasiados críos sabelotodos que obtienen el título en demasiados putos cursos de comunicación. Todos los niños de la ciudad tienen un guión en el bolsillo trasero. ¿Hay alguno bueno? Quizá uno de cada cien. ¿Quieres hacer esa película buena? No. Porque subirás los índices de calidad, proporcionarás un punto de referencia nuevo. Los críticos se quejarán: ¿por qué no son así todas las películas? Una película buena mata a una docena de malas. Las geniales joden de verdad el sistema, y eso es algo que nadie quiere. Necesitamos pasto para los multicines. Necesitamos mantener las expectativas bajas. Jesús, vivimos en un mundo donde la gente mira encantada Coronation Street, no debería ser tan difícil –echó el cigarrillo empapado a un lado-. ¿Has leído algo de Dickens últimamente? Dickens escribía para el pueblo, a la gente corriente le encantaban sus libros. En los últimos cinco años a cualquier londinense le ha sido imposible leer Casa desolada de cabo a rabo. Ya nadie puede mantener la atención el tiempo necesario. Nadie se acuerda del argumento, de los nombres de los personajes, nadie tiene tiempo. Lo hemos entontecido todo, el lenguaje, la belleza, la pura emoción de la invención. Hemos convertido un arte en una ciencia, la ciencia de ganar dinero, y funciona mejor así. ¿Crees que podrías jugar un papel decisivo en fomentar el arte? ¿Crees que lo que haces para ganarte la vida es importante? Ya no...”
Diálogos extraídos del libro “Soho Black”