Roland Garros

Ayer tuve que ver más de la mitad de la final de Roland Garros en el trabajo. No es que sea la mejor manera de disfrutar un partido así, pero al menos pude ver como el jovencísimo Rafael Nadal (dotado de mentalidad ganadora, una forma física excelente y una técnica envidiable) ganaba un torneo que desde hace bastante años se le da muy bien a los tenistas españoles.

Este es el Grand Slam al que le tengo más cariño con diferencia. Primero por su superficie (es el único Grand Slam de tierra) que en contra de los otros de hierba y pista sintética (donde el juego se basa en servicio y volea), este permite más peloteo, intercambio de golpes (algunos increíbles leñazos) y posibilita más juego y estrategia.

Y segundo, por esa temible Armada Española (la de tenis) que tantos éxitos tuvo en este torneo.
Recuerdo el primer Roland Garros de Sergi Bruguera (hará unos doce años) y como me pasé el partido delante del televisor, dando saltos en el sofá y animándolo incansablemente desde la casa de mi abuela, intentando que aunque fuera una brizna de mi energía llegara hasta París para que le ayudara a ganar. Fue un partidazo, muy intenso y creo recordar que duró cinco horas.
A mí me encantaba Bruguera. Mientras mi padre se pasaba de vez en cuando a echar un vistazo y decir que no tenía nada que hacer (Jim Courier en aquel momento parecía invencible), yo tenía una fe ciega. Sabía que iba a ganar, tenía que ganar... y ganó.
Aunque tuviera algunas deficiencias en su juego (sobretodo el saque y la volea por ejemplo), en el fondo de la pista era espectacular. Cuando soltaba un golpe ganador en paralelo... oohhhh, es que daba un bote.
Y no sé porque me caía muy bien, lo veía y me daba buenas vibraciones.

Mientras, de las pistas de entrenamiento de tierra batida españolas, surgían nuevos tenistas con las mismas bases pero mejorando esas carencias. Y se fue forjando la Armada Española.

Ahora se pueden ir preparando, porque como Nadal continúe así puede convertirse en el número uno absoluto de tenis en tierra.